Época: Periodo prerromano
Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Área ibera. Pueblos del sur y este de España



Comentario

Para comprender el proceso de formación de la cultura ibérica es preciso atender al estudio de la propia dinámica interna de la Península Ibérica en las etapas anteriores a la primera mitad del primer milenio a. C. sobre todo. En este proceso intervienen de forma decisiva una serie de elementos que fueron resaltados de forma muy clara por M. Bendala y J. Blánquez en las Actas de las I Jornadas sobre el Mundo Ibérico, celebradas en Jaén en 1985. De allí entresacamos unas cuantas ideas que consideramos de esencial importancia para el conocimiento del proceso de formación histórica de estas poblaciones hasta llegar a la etapa que podemos denominar ibérica, u horizonte ibérico.
Las fuentes literarias hablan de los iberos como un pueblo que se extiende desde Andalucía hasta el Languedoc, por la zona costera, con una misma lengua y una cultura similar. Hoy sabemos que se trata de un mosaico de pueblos y el principal problema que tenemos que resolver es el origen de la cultura ibérica.

Según la opinión de Bendala y Blánquez, que compartimos, el principal cambio que se produce en esta época es la integración de las tierras de la Península Ibérica en las grandes culturas del Oriente mediterráneo, con lo que surge un proceso de evolución histórica que desborda y condiciona las líneas evolutivas anteriores.

Pero este horizonte nuevo, fundamentalmente exterior, no debe hacernos perder de vista que en esta etapa se está produciendo la consolidación de las culturas del Bronce Pleno, cuyo foco más importante se sitúa en Almería (poblados de El Argar y El Oficio), y que irradian fuertes influencias a amplias zonas meridionales.

Tras esta etapa del Bronce Pleno los arqueólogos han establecido a partir de una serie de datos nuevos o de interpretación de datos anteriores un denominado Bronce Tardío (1300-1100 a. C.) en el que continuan los componentes de la cultura argárica, con desaparición de algunas de sus formas cerámicas y con penetración de elementos culturales del horizonte meseteño caracterizado con el nombre de Cogotas I: cerámicas excisas, boquique, etc. Esto mismo puede decirse para el País Valenciano, con la penetración de influjos procedentes de la Meseta. También en la Andalucía Occidental puede hablarse paralelamente de un Bronce Tardío con las mismas características que han sido apuntadas para las demás zonas.

Para Bendala y Blánquez con este Bronce Tardío se llega a una crisis final del mundo argárico, hecho que no puede situarse al margen de la crisis general que afecta a todas las culturas mediterráneas. Pero a esta situación general de crisis, que supone para estos autores el Bronce Tardío, sigue una fase de mayor vigor que, de acuerdo con la investigación de los últimos años, puede ser caracterizada como Bronce Final.

El factor más importante de esta revitalización es, sin duda, la influencia de la cultura tartésica y se trata de una época de mayor apertura cultural que las fases precedentes. Los comienzos de esta nueva etapa pueden situarse hacia el año 1000 a. C. Esta etapa se va a caracterizar, sobre toda, por una fuerte influencia y penetración de los elementos culturales tartésicos, entre los que destacan, de acuerdo con los hallazgos arqueológicos más recientes, las cerámicas con decoración bruñida, los vasos de perfil carenado, las superficies alisadas, etc. Estos datos de la arqueología no hacen más que confirmar las noticias de las fuentes escritas (Polibio, 3, 24, 4), para quien el mundo tartésico se extendió hasta la región de Cartagena (Mastia Tarseion).

Los autores antes citados destacan dos aspectos fundamentales de esta etapa, una vez revisado el panorama que ofrecen las secuencias de importantes yacimientos arqueológicos de la zona: la ruptura con la línea decadente del Bronce Tardío, ubicándose incluso los yacimientos en otros lugares y, sobre todo, la constatación de que el foco tartésico es el principal catalizador de la renovación cultural que se produce en este momento, teniendo también cierta importancia, aunque bastante menor, la penetración de los Campos de Urnas, con incidencia especial en Cataluña y valle medio del Ebro, estableciendo en las tierras llanas y los valles una economía de tipo agrícola.

No es el momento de pararnos a analizar si la propia cultura tartésica es fruto de una evolución autóctona únicamente o recibe también impactos exteriores, pues lo hemos visto anteriormente. Pero sí es necesario resaltar, siguiendo de nuevo a Bendala y Blánquez, que sobre la base del Bronce Final Tartésico se superpone una fase orientalizante, profundamente marcada por el influjo fenicio, que comienza en el siglo VIII y tiene su momento álgido en el siglo VII y parte del siglo VI a.C. También se extiende a la zona ibérica clásica, en buena parte como resultado de la irradiación tartésica hacia esa área.

En el siglo VI a. C. se produce la crisis de la cultura tartésica, lo que traerá consigo una mayor vitalidad e influencia de las zonas ibéricas del Sudeste y Levante. En este proceso de revitalización de las zonas del Este peninsular tiene una especial importancia la presencia griega, que tradicionalmente había sido suficientemente valorada para la zona del Nordeste y que, en estos momentos, debe ser tenida también en cuenta no sólo para la zona del Levante, sino incluso para la zona meridional de España.

Con respecto al proceso de formación de la cultura ibérica parece conveniente hacer mención a las opiniones de tres autores que recientemente se han ocupado del tema: Abad Casal, Arteaga y Aubet.

Para Abad Casal la formación de la cultura ibera está en relación con el impacto de las corrientes orientalizantes sobre los pueblos indígenas. Andalucía es la única región peninsular donde existían esas circunstancias favorables y lo ibérico es el desarrollo de la cultura indígena con fuertes aportaciones y matizaciones colonizadoras, mientras que al País Valenciano, en opinión de Tarradell y Llobregat, la cultura ibera llega ya formada.

O. Arteaga, a partir del yacimiento de Los Saladares (Orihuela, Alicante), en el que se ha establecido una secuencia estratigráfica desde el Bronce Final al llamado Horizonte Ibérico pleno, diferencia lo orientalizante tartésico y lo fenicio occidental de las llamadas culturas protoibéricas (Alta Andalucía, Sudeste y Levante meridional). El mundo ibérico meridional se diferencia de lo propiamente turdetano, de lo púnico costero y del mundo ibérico septentrional, a la vez que conecta con lo tartésico mediante el desarrollo protoibérico y conoce directamente los procesos generatrices de las culturas ibéricas más antiguas. En su opinión, existe una diferencia clara entre iberismo meridional de la Alta Andalucía, el Sudeste y el Levante meridional, donde la cultura ibérica se forma a lo largo del siglo VII a.C. en un proceso de desarrollo complejo durante el siglo VII a.C., y septentrional desde los alrededores del cabo de La Nao hacia Levante y hasta el Ebro, sur de Cataluña, costas catalanas, sur de Francia, Bajo Aragón, Cataluña interior y Meseta, en cuya formación hay que valorar, junto a los procesos formativos de la cultura ibérica meridional, las actividades griegas.

En opinión de M.E. Aubet, el establecimiento de las colonias fenicias en la zona del Estrecho aceleró un proceso de transformaciones económicas y sociales que se venía gestando en el Suroeste desde principios del I milenio a.C. Pero, si se admite que la sociedad urbana en el sur de la Península no se encuentra hasta bien entrado el siglo VI a.C. y, fundamentalmente, a partir del siglo V, no parece que hayan influido decisivamente en la aparición de las ciudades ibéricas ni el estímulo colonial tartésico, ni su efecto más inmediato, el período orientalizante tartésico. Además, los primeros y más poderosos focos de iberismo aparecen en la Alta Andalucía y en el Sudeste, en la periferia del mundo tartésico y no en su epicentro. Por ello para M.E. Aubet los inicios de la cultura ibérica y de la vida urbana serán posibles gracias a las bases socioeconómicas establecidas por el intermediario tartésico durante los siglos VII y VI a.C., pero no puede afirmarse que sean consecuencia inmediata y directa de ellas. Es la influencia griega desde el Sudeste la que estimulará la cultura ibérica urbana en la Alta Andalucía.

Debido al propio proceso de evolución interna de las poblaciones indígenas y a los influjos exteriores, más o menos importantes según las zonas, el mundo ibérico se configura como un foco de gran riqueza cultural y económica a partir de la segunda mitad del siglo VI a. C. Dentro de esta cultura ibérica se distinguen arqueológicamente una serie de facies regionales que son debidas a dos factores: el sustrato étnico que influye sobre la cultura que recibe y desarrolla y el predominio de fenicios en los siglos VIII y VII a.C. y las influencias griegas más intensas a partir de mediados del siglo VI y los siglos V y IV.

Estas diferencias regionales se han puesto de manifiesto en aspectos tan importantes como los urbanísticos; mientras que en la zona de influencia de los campos de urnas (Cataluña y valle del Ebro) los poblados se organizan en torno a una calle central dejando las casas sus paredes traseras reforzadas a modo de murallas, en la zona más meridional se encuentra una urbanística mucho más cercana a los modelos del Mediterráneo Oriental, concretamente de la urbanística griega.

En líneas generales podemos decir que en Cataluña el proceso de iberización constituyó una evolución continuada en la que se constatan influencias mediterráneas, en origen fenicias, que se ponen de manifiesto sobre todo en los restos cerámicos y en los ajuares metálicos, y posteriormente griegas a partir de mediados del siglo VI a. C., que, tanto en esta zona como en el Levante ibérico, son las que tienen mayor incidencia y que actúan sobre poblaciones indígenas con una tradición cultural con fuerte influencia de los campos de urnas. Al respecto se plantea un interesante problema, aplicable no sólo a Cataluña, sino a todas las zonas del Levante no "nuclear" ibérico, que ha sido perfectamente resaltado por E. Junyent y otros autores, el insuficiente conocimiento de la evolución de estas gentes a lo largo de los siglo IX, VIII y VII a.C. y del sustrato preibérico inmediato, es decir, saber cuáles eran los elementos definidores de aquellas comunidades que recibieron las primeras influencias mediterráneas. Por otra parte, cada vez parece más evidente en Cataluña la dicotomía entre la costa y las zonas del interior, siendo los ritmos de evolución hacia el iberismo muy distintos en una y otra parte, ya que las zonas costeras reciben las influencias foráneas, sobre todo mediterráneas, en una época más temprana. Para Sanmartí es evidente que, mientras no se demuestre lo contrario, nuestra visión actual del problema es la de considerar que la aparición de unas formas y modos de vida, de unos patrones culturales, en definitiva, que podemos calificar ya de ibéricos, se debió a una rápida expansión sur-norte de unos estímulos y quizá también poblaciones generados en la zona nuclear donde la cultura ibérica tuvo su epicentro, es decir en el Sudeste peninsular, entendiendo con ello las actuales provincias de Murcia y Alicante.

En el valle del Ebro, según A. Beltrán, la iberización afecta esencialmente a la cultura material, sin que se produzcan cambios de población o sustitución de modos de vida. Esta penetración de elementos iberos se inicia en el siglo V a. C. y se desarrolla en los siglos IV y III, perdiendo vigencia en contacto con lo romano (siglos II y I). Pero esta iberización no supone el que las bases indígenas desaparezcan, antes bien permanecen en los poblados determinados objetos, cerámicas y otros utensilios. La mayor parte de los yacimientos conocidos pertenecen a la Edad del Hierro, a la época romana republicana y hacia el cambio de era. Las influencias ibéricas proceden de la zona del Levante y el Ebro actúa como difusor a través de algunos de sus afluentes (concretamente el valle del Jalón) hacia la Meseta. Pero los contactos culturales con el mundo celtibérico son constantes, tanto en lo referente a cultura material, como a elementos de alfabeto, moneda, etc., apareciendo ciudades de nombre indígena con formas iberas e indoeuropeas, por ejemplo Nertobis-Nertobriga. Finalmente, es importante resaltar que la iberización de las tierras interiores del valle estuvo ligada estrechamente a la penetración de los romanos en estos territorios. Recientemente F. Burillo ha reivindicado el camino del río Mijares como vía de penetración de las influencias de la costa (colonizadores e indígenas) hacia el interior, peno no buscando una zona de excedentes agrícolas, que no la hay en las altas tierras turolenses a las que conduce, sino un territorio rico en minerales, que se sitúa en la propia cuenca del río Mijares, especialmente en la Sierra de Albarracín (hierro y, en menor medida, plata y cobre). Esta necesidad de minerales de la zona norte de la costa levantina donde desemboca el Mijares es evidente y, por otra parte, no es menos cierto que en esa zona el proceso iberizador se desarrolla con anterioridad al del interior del valle del Ebro.

A comienzos del siglo VI a. C. estamos asistiendo al inicio de un proceso que dará lugar a la cultura ibérica, en el que sobresalen la utilización y divulgación de la cerámica a torno, el desarrollo del urbanismo y la generalización del uso del hierro.

Por lo que se refiere a Andalucía la cultura ibérica, o mejor los rasgos ibéricos, presentan matices que la diferencian de la cultura ibérica levantina, debido en gran medida a la propia evolución interna del componente indígena (tartésico sobre todo) y en parte a la propia ubicación de unas y otras comunidades, lo que hace que predominen en unos casos los influjos orientalizantes, más arraigados en la zona occidental, y en el resto las nuevas relaciones que se establecen en las zonas más orientales de España con los pueblos colonizadores del Mediterráneo, sobre todo con los griegos.

Debido precisamente al distinto proceso de formación histórica que siguen estas poblaciones hay que distinguir dentro de la amplia área que va desde Cataluña hasta Cádiz dos tipos de cultura ibérica, una meridional desarrollada en Andalucía, Sureste de España y Levante meridional y una septentrional desarrollada en los alrededores del Cabo de La Nao en Alicante, hacia Levante y hasta el Ebro y el Sur de Cataluña, propagándose hacia las costas catalanas y el Sur de Francia, Bajo Aragón, Cataluña interior y hasta la Meseta.

Como conclusión podemos decir que los territorios más meridionales de la Península Ibérica quedaban polarizados hacia la civilización tartésica, mientras que los territorios más septentrionales del área ibera lo hacían hacia la civilización de los campos de urnas, aunque dentro del proceso de iberización han de tenerse en cuenta como elementos fundamentales los influjos mediterráneos aportados por fenicios y griegos.